Máximo Kirchner, un imprevisto y delicado problema para Alberto Fernandez.
En enero de este año, Alberto Fernández ya se movía con comodidad en el instituto Patria. Una tarde, antes de entrar al despacho de Cristina Fernández, se cruzó con un gordo grandote al que conocía, porque había sido su anfitrión alguna vez en su programa de Cronica TV. Era Santiago Cúneo, que lo abrazó, ampuloso, sin que el ahora candidato tuviera tiempo para evitarlo. "Hola, compañero". Cuando entró, Fernández le preguntó a Cristina: "¿Qué hace este tipo acá". Cristina le respondió: "Es uno que nos apoya. Me lo trajo Cabandié". Alberto entonces le explicó a la ex presidenta el pasado carapintada de Cúneo y que meses atrás había sido despedido de Crónica por antisemita. Por esos días Alberto era aun un puente entre Cristina y los sectores del peronismo que se le resistían. El ahora candidato contaba esa anécdota a otros peronistas para fundamentar la necesidad de que sectores moderados rodeen a la ex presidenta. Estaba convencido de que Cristina podría volver a ser Presidente y que su entorno no era el más adecuado. Ni se imaginaba su destino.
El viernes por la tarde, sin que Fernández lo supiera, Cúneo volvió al Instituto Patria.Él mismo se encargó de informarlo en su cuenta de Twitter, donde subió una foto en la que se abraza con su anfitrión, nada menos que el diputado Máximo Kirchner. Se los ve a ambos sonrientes, con los dedos en "V" y vestidos con ropa deportiva: Cúneo con un buzo gris marca Fila, Máximo con uno azul que lleva cocidas las islas Malvinas sobre el corazón. Hasta el momento en que Cúneo difundió su foto con Máximo, los militantes kirchneristas se burlaban en las redes de Miguel Angel Pichetto, quien había calificado como "comunista" a Axel Kicillof. Lo llamaban con alguna razón Micky Vainilla, en referencia al cantante pop facho de Diego Capusotto. En una décima de segundo, el clima en las redes cambió, porque los mismos militantes tuvieron que empezar a explicar por qué Máximo confraternizaba con Cúneo.La foto de Máximo con Cúneo representa serios y variados problemas para Fernández. El más inmediato de ellos es de naturaleza electoral. Fernández sabe que la elección que viene probablemente sea abierta hasta el final. Del otro lado hay un equipo muy profesional dispuesto a explotar al máximo cada uno de los errores del sector que lo erigió como candidato. En una elección pareja, cada cajón de Herminio se paga muy caro: mostrar intimidad con un antisemita no parece lo más inteligente.
Faltan menos de dos meses para las PASO. Es previsible que en sus próximas apariciones Fernández deba explicar la fraternidad entre Máximo y Cúneo. Si opina contra Cúneo, quedará mal con el hijo de la poderosa candidata a vicepresidenta, nada menos. Si no opina contra Cúneo y justifica esa reunión, su candidatura quedará pegada a un antisemita y carapintada con un estilo y una historia repulsivos para los sectores independientes.
Cúneo es el autor de algunos hits de la comunicación no demasiado valorados hasta ahora. El día que Mauricio Macri dijo que "estaba caliente, re caliente", Cúneo respondió en cámara; "Hagase unas pajas, si está caliente". Cuando lanzó su candidatura a gobernador, argumentó: "Cada voto a favor nuestro, será un día menos de carcel para Julio De Vido".
El segundo problema para Alberto Fernández es una cuestión de poder. Uno de los dramas que acompañó a Daniel Scioli en la campaña de 2015 es que nunca se supo quien mandaba. Muchas veces pareció que el poder estaba lejos del candidato con lo cual estaría lejos del Presidente si Scioli llegaba a la Casa Rosada. La escena más impresionante de ese drama ocurrió durante la noche de la primera vuelta cuando La Cámpora, de Máximo, otra vez, armó un comando electoral paralelo al de Scioli. Todavía faltaba el ballotage. Ese aporte para que ganara Macri nunca fue suficientemente reconocido por el actual Presidente ni percibido por una militancia ciega que le perdona todo a Máximo, simplemente por ser hijo de sus padres.
Cualquiera que entienda de campañas electorales sabe sobre la necesidad de que el candidato sea capaz de demostrar su liderazgo. Alberto Fernández tiene el mismo desafío que Scioli no supo sortear. Cuando aparece una foto como la del viernes, Máximo da a entender que a él no lo ordena nadie, que la fuente de su poder es propia e independiente de Fernández. ¿Cómo será esa dinámica si Alberto llega a la presidencia? ¿Mandará él, La Campora, la vicepresidenta? Si quiere ganar, debe despejar esas incógnitas. Y si gana, más aún. El colega Luis Novaresio ha sostenido en estos días que "Cristina vuelve con la ley de acefalía bajo el brazo". Por torpeza, porque es su naturaleza, o porque cree que debe marcar la cancha, Máximo ha contribuido a incrementar esas dudas.
Máximo fue el que puso a José Ottavis a distribuir candidaturas en el 2015, el que ideó el conflicto de La Cámpora con el resto del peronismo, el que decidió sostener al senador provincial Jorge Romero pese a las detalladas denuncias en su contra por abuso sexual. En el cierre de la candidatura de CFK en Avellaneda, en 2017, Máximo se exhibió públicamente con líderes de la barra brava de Racing: otro gran aporte para un triunfo de Macri. ¿Cómo se resuelve ese problema cuando Máximo es, al mismo tiempo, eso y el hijo de Cristina? Quien pretenda llegar a la presidencia debe sortear muchos obstáculos: este es uno de los más delicados para Fernández.
Pero el drama no se acaba allí. La foto de Máximo con Cúneo se produjo en un momento especial por una razón que solo los entendidos conocen. El domingo pasado, en su blog Cohete a la luna, Horacio Verbitsky publicó una nota en la que describía a Cúneo como "el merchante de combustible probablemente robado y adulterado (…) que se comercializaba con créditos obtenidos en Paraguay y facturas falsas. Su socio era el militar golpista Aldo Rico. Travesti político, en 1999 Cúneo empapeló la ciudad de Buenos Aires con carteles por la reelección de Menem, pero en 2015 fue candidato en las listas de Macri en San Miguel. Después de la elección se reconvirtió al peronismo y al periodismo. El año pasado debió dejar la señal Crónica de cable cuando una colega cuestionó sus diatribas antisemitas y Cúneo la llamó "rata".
Cúneo le respondió a Verbitsky con una diatriba en la que lo califica de "agente de la CIA", "chihuahua", "entregador de compañeros durante la dictadura", acusaciones que hasta aquí le llegaban a Verbitsky desde el antikirchnerismo. Es difícil no interpretar el encuentro de Máximo y Santiago, tres días después de ese cruce de insultos, como un respaldo del hijo de la ex presidenta a su verborrágico aliado. En todo caso, las acusaciones son de tal magnitud que difícilmente ayuden a construir un Frente de Todos. Otro colega, Alejandro Bercovich, sintetizó su opinión sobre la foto en un tuit preciso. "Parece que Es con Todos, y con los carapintadas y antisemitas también. Asco".
Ya pasó muchas veces que el kirchnerismo perdió cuando parecía que la elección era pan comido. Entonces, ¿por qué Máximo Kirchner hace estas cosas? En el mundillo K hay múltiples teorías. Es un gran armador, no quiere dejar nada a fuera, dicen quienes lo admiran o lo necesitan. Otros sostienen que debe ser difícil tener dos padres presidentes y que, en este tiempo, debe sobrellevar que, una y otra vez, su madre elija a otros como sucesores: Alberto Fernández y Axel Kicillof, por ejemplo. ¿Que tienen ellos que él no tenga?
Hasta el viernes por la noche, Cúneo era un marginal dentro del peronismo. Sus exabruptos eran muchísimo menos relevantes que los de Miguel Angel Pichetto cuando habla sobre inmigrantes, la mano dura o revive los añejos tiempos del ruckaufismo, al calificar como comunista a un candidato opositor. El abrazo de Máximo ha catalputado al personaje al centro de la escena. Ya el equipo de Durán Barba se ocupará del resto.
Cúneo está encantado: él mismo subió la foto. Tendrá sus 15 minutos de fama, que es lo que necesita para hacerse conocido y, tal vez, quien dice, escalar.
Macri también.
La campaña recién empieza.
Ganará el más inteligente.
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