Gilles de Rais: el héroe francés incinerado en la hoguera por pedófilo.

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Gilles de Rais: el héroe francés incinerado en la hoguera por pedófilo.


Gilles de Rais fue un noble francés que vivió en el Siglo XV y que pasó de ser un héroe en la Guerra de los 100 años contra Inglaterra, y protector de la heroína Juana de Arco, a ser recordado como un pedófilo que asesinó entre 80 y 200 niños, en su gran mayoría varones.


Nacido como Gilles de Laval, en una familia aristocrática en 1404, fue criado por su violento abuelo al quedar huérfano, a los 11 años. A la muerte de su tutor, se convirtió en el Barón de Rais, heredero de dos fortunas –que incluían grandes extensiones de tierras en Inglaterra y Francia- y que lo convirtieron en un personaje aún más rico que el propio Rey Carlos VII.

Gilles de Rais luchó en la Guerra de los 100 Años Junto con Juana de Arco, y con justicia obtuvo el título de Mariscal de Francia. Pero, mientras que Juana murió como heroína en la hoguera, entregada por los militares y hasta el propio Rey, De Rais tuvo un final similar, aunque desacreditado y ejecutado por ser asesino serial de niños y práctica de la pedofilia.

El Barón de Rais quedó impresionado por la injusticia a que fue sometida Juana, por lo que, siendo aún muy joven dejó la carrera de armas para entregarse a una vida de excesos, que incluyeron la brujería y frecuentes orgías. Según sus contemporáneos, se había obsesionado con el sexo y con la muerte.

Pero, a la vez, era un devoto cristiano que mantenía su hogar eclesiástico a más de 80 personas e incluso un coro privado.

Sus gastos eran tan elevados que, aun contando con una fortuna sin par, se volvieron una pesada carga. Por esta razón, aunque prohibida, recurrió a la práctica de la alquimia para tratar de convertir metales en oro.

No tuvo éxito en la empresa, pero en cambio se ganó la enemistad de sus parientes, ya que su obsesión lo llevó a vender la mayoría de sus propiedades. También otros nobles trataron de aprovecharse de su fanatismo y su declinación, para apropiarse del resto de su riqueza.

Para ello, comenzaron a denunciarse acciones que venía desarrollando desde hacía años y que hasta entonces habían sido toleradas, ya que para la aristocracia francesa, no tenían valor alguno. Pero comenzaron a cobrarlo cuando sirvieron como pretextos para someterlo a juicio.

De este modo, en 1440 Gilles de Rais fue denunciado ante el Tribunal Eclesiástico y la Justicia Civil por asesinato, brujería y sodomía.

Los testimonios que describen sus actos son espeluznantes. Se afirmaba que, cada vez que el Barón visitaba alguna de sus propiedades, se producía la desaparición de niños que personalmente escogía y que invitaba a sus castillos a través de una cómplice.

Uno de sus sirvientes relataba sus acciones del siguiente modo: "A veces les cortaba la cabeza; otras, solo la garganta, y en otras ocasiones les rompía el cuello a golpes. Después de que las venas estaban cortadas para que languidecieran mientras su sangre se derramaba, Gilles a veces se sentaba en las barrigas de los niños y sentía placer. Inclinándose sobre ellos, los veía morir".

Otros testigos agregaron que abría los cuerpos de niños y mantenía relaciones sexuales con ellos, con sus cadáveres aún calientes y que celebraba pactos con el Demonio.

Las confesiones de sus sirvientes fueron obtenidas mediante la aplicación de la tortura por parte del Tribunal de la Inquisición.

Sentenciado a ser torturado él mismo, el Barón de Rais prefirió confesar sus acciones para evitarlo. De este modo, “confesó que debido al ardor y placer al satisfacer sus deseos carnales, había tomado a un gran número de niños. A veces los había sometido a varios tipos de tortura. (Y que) Cometió el vicio sodomítico con ellos cuando estaban agonizando y sentía placer besando niños que ya estaban muertos y juzgando cuál de ellos tenía la cabeza más bella. Después hacía que sus sirvientes tomaran los cuerpos, los quemaran y los redujeran a cenizas".

Al aceptar sus pecados, si bien fue condenado y ejecutado en la horca, el 26 de octubre de 1440, evitó la sanción de la excomunión. Su minucioso relato le permitió asegurarse, así, un lugar en el cielo cristiano.



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